
ENREDADO
No había finalizado el verano de 1999, cuando desde mi terraza, una mañana temprano, veo un perro correteando por la playa de Sagunto, con un palo en la boca. Me parecía un palo de forma original que había devuelto el mar a la costa. Cuando se marchó el perro bajé a la playa a recogerlo. Era un entramado de raíces soldadas naturalmente, llena de mejillones y de bellotas de mar, (que los marineros de la zona llaman arneirón, un crustáceo del género balanus).
Me encantó la forma natural de aquella madera. La llevé a casa y comencé a limpiarla de las adherencias marinas, y la dejé secar unos días.
Marché a la ferretería a comprar unas gubias, una escofina y un poco de lija. Me haría falta para conseguir lo que me sugería aquel trozo de madera.
Durante unos días, quizás un par de semanas, le dediqué mis horas de ocio, robadas a la playa y a las tertulias, a dar forma y pulido a mi obra cuasi escultórica.
Le llamé Enredado, de 110x58x12 cm. de 2,280 Kg.
(Colección privada)