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ABRAZO

Cuando el verano de 1999 estaba finalizando, en una tarde a punto de anochecer, dando un paseo hasta la playa de Santa Marina, vi como una rama flotaba entre las suaves olas que morían en la fina arena. Era de roble, larga y retorcida, con un engrosamiento en uno de sus extremos. Inmediatamente comprendí que me podía servir para componer alguna figura. Me la llevé a casa.

Pasé varios días imaginando las opciones que me ofrecía aquella rama. Era demasiado larga para manejarla en el improvisado taller en que había convertido mi exigua terraza. Decididamente tenía que comprar una sierra si quería cortarla. Otra visita a la ferretería.

Corto la rama, la modifico dándole una nueva forma, ensamblo en el engrosamiento el trozo cortado, la lijo, la pulo y la barnizo.

La miro y la remiro muchas veces. No me convence del todo. Como que le falta algo. Bueno, la dejo en reposo.

Un par de días más tarde, paseando por las orillas del río Samieira, veo una rama de pino con una caprichosa forma. Me la llevo a casa convertida en improvisado bastón. La retoco, pulo y barnizo. No ha quedado mal. Algo simple, sí, bastante simple.

Al día siguiente, con el barniz ya seco, la acerco, de manera casi casual, a la rama que tenía descansando en un rincón. En una posición determinada se ajustaban las dos ramas de modo sorprendente, como en un abrazo inesperado.

Así las he fijado y llamado: Abrazo. Con unas dimensiones de 65x26x20 cm y un peso de 2,2 Kg.    (Colección privada)

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